Por Narciso Díaz Rodríguez/ Hablemos Press.
La Habana.―El General está atrapado pero no precisamente en un laberinto, sino al mando y la conducción de algo así como un auto americano del año 1930, de esos que asombrosamente todavía andan por aquí, pero que llegado el momento su motor no arranca y resulta imposible moverlo, lo mismo hacia adelante que hacia atrás.
Casi desde que asumió el control de la precaria nave, hace ya un quinquenio, no ha cesado de planear y anunciar medidas, algunos dicen que reformas, pero al final todas, ¡todas!, han resultado fallidas, como si se tratara de una maldición inmovilista.
Para mencionar algunas, son muchas, se puede comenzar con el programa de entrega de tierras en usufructo sin acceder a la obligada liberalización de los productos del campo. Así, lo que todo parecía indicar que se trataba de una nueva reforma agraria, no ha pasado de ser otra tarea partidista, cuyos resultados no van más allá de compromisos que los campesinos no entienden y la población, que cada vez recibe menos, pues tampoco.
A los asesores del General se les dio la patriótica encomienda de estudiar a profundidad la posibilidad de acabar, de una vez y por todas, con la “absurda” dualidad monetaria. Pero no tardaron en darse cuenta de que tal absurdo, era el resultado de un sistema financiero esquizofrénico y que curar ese mal podría acarrear demasiados problemas en toda la estructura empresarial y bancaria, pues a fin de cuentas se trata de una moneda, el cuc, cuyo valor es impuesto por decreto. En fin, hay que seguir como estamos: cobrando aquí, cambiando allá y comprando,… pues más allá.
¿La libreta? El General hablaba de quitarse un peso de encima, mientras muchos interpretaban que el progreso de las “reformas” harían obsoleto el uso de ese histórico documento que revolucionariamente otorga seis libras de arroz, cuatro de azúcar, media libra de aceite y algún que otro detalle más, ¡al mes! Se hicieron los preparativos para sepultarla, tal vez con ceremonia y todo, pero parece que los asesores del jefe tuvieron éxito en explicarle que era preferible continuar con la “pesada” carga, antes que pagar el costo político derivado de sectores de la población desfavorecidos, literalmente falleciendo de hambre. Una vez más sin movimiento alguno. Sigue la libreta, amenazada de muerte, pero ahí está.
Un día nos despertamos con la noticia, ¡y el argumento!, de que despedir a un millón y medio de trabajadores, no necesariamente había que tomarlo como una terapia de choque al más puro estilo de las economías occidentales. No, en este caso, se trataba de una medida revolucionaria, por tanto, sacrosanta. Y cuando ya se habían dado los primeros pasos para semejante exterminio masivo, ocurrió algo inesperado: una chispa en el Magreb, acabó por incendiar al mundo árabe, y el fuego, azuzado por una sorprendente y arrolladora tecnología, ha puesto a pensar a todos los dictadores del globo, incluso a los más antiguos. De inmediato se ordenó la paraplejia: hay que seguir pagando los salarios a los millones que hacen como que trabajan. ¿Hasta cuándo? Ya veremos.
Como se esperaban los despidos, se ordenó considerar personas a los cuentapropistas y se autorizaron labores y tareas como si viviéramos en un campamento. Además, se dio la orientación de tolerar ciertas actividades como la vagancia, la prostitución y el proxenetismo encubierto. Tanto esfuerzo revolucionario fue con la esperanza de que los oficios creados por la burguesía en tiempos indecorosos, absorbieran ahora a las masas de trabajadores disponibles. Pero nada, otro intento fallido: a los que han despedido no necesariamente les viene bien cuidar baños ni desmochar palmas, salvando lo honorable de tales ocupaciones.
Los medios nacionales anunciaron, no sin sospechoso interés publicitario, que se autorizaría la compraventa de autos y de casas entre particulares. Tal vez a ningún jerarca le moleste que el primo de un subordinado suyo le compre un auto soviético de hace más de cuatro décadas a un vecino que ya casi no puede caminar y menos manejar. Pero de ahí a tolerar que un simple ciudadano se pasee por las calles con un reluciente automóvil más grande y moderno que el suyo, va un largo trecho. No sé por qué, pero esta clase de militares siempre han sido más celosos con los autos que con la ropa misma.
¿Las casas? ¿Venderlas ahora? ¿Decirle a un simple mortal que nunca ha tenido más de mil pesos cubanos en su bolsillo que de pronto es dueño, !esta vez en serio!, de cinco, veinte o cien mil dólares?... Me parece demasiado. El General y su séquito sólo saben martirizar, digo, gobernar, a súbditos en la miseria absoluta; les da escozor tener que vérselas con ciudadanos con dinero por poco que este parezca. Así pues, nada de cuentos con los carros ni con las casas. Sigue el inmovilismo.
¿Qué los cubanos salgan al extranjero a hacer turismo? Parece más una burla cruel que un chiste de mal gusto. Me temo que seguiremos en la mismas: papá General nos autorizará (y nos cobrará) a salir al extranjero, como también autorizará a los cubanos que residen en el exterior a que regresen a su país, no a todos, por supuesto. ¡Ah, y de visita! Que a nadie se le ocurra imaginarse otra cosa.
Otros planes más tenebrosos y macabros parecen haber quedados truncados por los temores del General. Entre ellos está lo que a todas luces parecía ser la antesala de una feroz represión contra los blogueros y demás comunicadores que a diario saltan por encima de los medios oficiales. Para ello el gobierno invocó palabras con una fuerte carga paranoica, ligada con impotencia como últimamente ocurre, tales como cyberguerra y cybermercenario, términos que no sólo la gran mayoría del pueblo no entendió, sino ni siquiera se sintió motivada a averiguar su misterioso significado. Pues bien, la serie de capítulos amenazantes se detuvo, quizás por desinterés de la tele audiencia, y la esperada segunda Ley Mordaza, aún no visto la luz. Otro operativo, de entre muchos seguramente, detenido sobre la mesa del General, quien por lógica, es de esperarse que se haya enfrascado también en planes y estrategias que alcanzan hasta su propia familia.
Por supuesto que desde hace tiempo existe un proyecto, o un acuerdo, para nombrar un heredero al trono. Ingenuo sería esperar lo contrario. Pero las cosas han cambiado últimamente, y mucho. A ningún padre en su sano juicio se le ocurriría arriesgar a su hijo en un escenario en el que deba cargar con la inevitable tarea de un dictador designado, de cometer crímenes contra una población desarmada y hambrienta que reclama sus derechos. El Tribunal de La Haya está dando pasos demasiado inquietantes y los revolucionarios se arriesgan, pero no son tontos. Una vez más todo se detiene, el plan para designar un sucesor hay que analizarlo mejor. ¿Y entonces qué hará para renovar su vieja maquinaria ahora que el diluvio la inunda? ¡Qué horror, ya nos enteraremos!
Por lo pronto, el viejo auto de los años treinta persiste en no moverse. Y es así, porque a diferencia de su desquiciado hermano, al Primer Secretario de ahora, el temor es capaz de paralizarlo, mientras todos, espantados, incluso hasta sus aduladores, asisten con desconcierto al alucinante espectáculo de un sistema eficientemente represivo y totalmente carente de liderazgo.
Aunque, para ser justos, el instinto del General tiene una base real. Como él mismo dijo “estamos al borde del abismo”. Tal vez, aunque no lo demuestre, ya se ha dado cuenta de otra terrible realidad: si se mueve, aunque solo sea un milímetro, cae por ese abismo.
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